El primer día de viaje era, probablemente, el más agotador (rectificación: el último día lo fue todavía más). Salimos a las 15.30h, después de empaquetarlo todo (ambos Macs, el ordenador y el bicho, incluidos) en el coche. El plan de viaje era extremadamente sencillo: 4h 30, con las mínimas paradas posibles y cruzando el paso de Sonora (poco menos de 3000 metros de altura, el segundo paso de montaña más elevado de la Sierra Nevada) hasta llegar al alojamiento que teníamos reservado: una habitación en el Virginia Creek Settlement. La palabra "settlement" es algo así como "asentamiento" o "poblado de colonizadores"; en nuestra mente, sonaba como una categoría por debajo de Motel.
A pesar de que el paso era bastante impresionante, no pudimos sacar buenas fotos porque cuando empezamos a cruzarlo ya era bastante oscuro (tuvimos algunos malentendidos con el GPS que nos obligaron a parar en In-n-out cercano a un McDonalds para poder acceder al internet de McDonalds mientras comíamos hamburguesas decentes en el In-n-out). Después de unas largas horas de viaje (era operación salida en la zona de la bahía porque el lunes será "Memorial Day") paramos al principio del paso, donde dejamos que Mac estirara las patitas en la nieve (no le gustó mucho, demasiado mojada).
Cuando llegamos ya era bastante de noche y estábamos bastante cansados, por lo que no hubiéramos puesto muchos reparos a una cama y un baño, aunque estuvieran en un settlement. Afortunadamente, resultó que el lugar no solo era cuidado y limpio, sino que también tenía encanto, ambientado en el viejo oeste. Nuestra habitación (una de las 5 que tenía el lugar) era de madera, con un ambiente rústico y acogedor, cuadros de John Wayne y una simpática lámpara de oso (como se ve en las imágenes).
Por la mañana del día siguiente nos zampamos un buen desayuno en el Virginia Creek Settlement mientras, con una sola mirada, acordábamos que valdría la pena volver en otra ocasión. Aquí van unas pocos fotos más, para ver el contraste entre lo entrañable y acogedor del lugar, con el ambiente del salvaje y lejano oeste.
En la entrada de la cafetería habían varias bromas buenas. La mejor, tal vez, era un letrero en la puerta, que avisaba tanto a padres como a niños: "Los niños desatendidos serán vendidos como esclavos".
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